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Los primeros 1000 días de la vida de un niño o niña, desde la concepción hasta los dos años de edad, representan un período crucial para el desarrollo y posterior adquisición de funciones básicas, moldeando las habilidades cognitivas, emocionales y físicas  (Figura 1). Aunque la estructura fundamental del cerebro se  desarrolla desde antes del nacimiento hasta la edad adulta, las experiencias y estímulos durante esta etapa temprana  ejercen una influencia significativa y duradera en la arquitectura cerebral.

Desarrollo del cerebro humano

Figura 1. Desarrollo del cerebro humano: las conexiones neuronales para las diferentes funciones se desarrollan de forma secuencial alcanzando su máximo potencial en los primeros años (Figura modificada de: In Brief, The science of early childhood development, Center of the developing child, Harvard University).

Hacia los dos años, el cerebro representa aproximadamente el 80% del tamaño del cerebro de un adulto, habiendo experimentado un crecimiento significativo desde el nacimiento, cuando su tamaño representaba solo un 25% del mismo (Figura 2A). Este crecimiento no solo implica un aumento considerable en tamaño, sino también la formación de miles de millones de neuronas y más de un millón de conexiones neuronales por segundo (Figura 2B). Estas conexiones son fundamentales para la transmisión de señales entre neuronas, permitiendo el procesamiento de información y funciones cerebrales. El desarrollo temprano establece las bases para el aprendizaje, el comportamiento y la salud a largo plazo.

Además, en esta etapa, la plasticidad cerebral alcanza su máximo potencial, lo que permite al cerebro adaptarse y reorganizar sus conexiones neuronales en respuesta a las experiencias y estímulos del entorno. Por tanto —junto con el componente genético, la nutrición y el cuidado afectuoso— las experiencias tempranas y el entorno desempeñan roles cruciales en el desarrollo saludable del cerebro durante este período. Los primeros 1 000 días se presentan como una ventana de oportunidad extraordinaria para influir en un crecimiento y un desarrollo saludables.

Imágenes de resonancia magnética

Figura 2. (A) Imágenes de resonancia magnética de un niñ@, mostrando el aumento con la edad del tamaño del cerebro. (B) Durante los primeros dos años de vida, las redes de neuronas se vuelven cada vez más complejas e interconectadas. (Figura modificada de  Gilmore, J., Knickmeyer, R. & Gao, W. Imaging structural and functional brain development in early childhood. Nat Rev Neurosci 19, 123–137 (2018). https://doi.org/10.1038/nrn.2018.1).

Dentro de este período crucial, la nutrición juega un papel fundamental en el desarrollo infantil. Tanto la alimentación materna durante el embarazo y posteriormente la lactancia, como la elección de fórmulas infantiles, tienen un impacto directo en el crecimiento fetal y del bebé, y en la formación inicial de su sistema inmunológico. La carencia de nutrientes esenciales como hierro, zinc, ácido fólico, yodo y las vitaminas A, C y D, sumada a una insuficiente ingesta de proteínas y grasas saludables, puede tener un efecto negativo en el desarrollo cognitivo y la salud general.

Es también importante introducir estos nutrientes de manera equilibrada durante la alimentación complementaria. Por ejemplo, la deficiencia de hierro puede afectar el desarrollo cognitivo, y la anemia en este período crítico puede tener consecuencias a largo plazo. También resulta importante la inclusión de ácidos grasos omega-3 en la dieta, presentes en alimentos como pescados grasos y huevos, ya que este nutriente estimula el crecimiento neuronal durante esta etapa significativa del desarrollo cerebral. La atención adecuada a la nutrición en esta fase sienta las bases para un crecimiento y un desarrollo infantil saludables y óptimos.

Diversas investigaciones evidencian la importancia del vínculo afectivo que se establece durante los primeros años de vida entre la madre (o figura de apego primaria) y el niñ@, en el desarrollo normal de la corteza orbitofrontal (parte del cerebro asociada con la toma de decisiones, la regulación emocional, el procesamiento de recompensas y castigos, así como el control de impulsos). Esta área es particularmente sensible a experiencias estresantes, como la falta de interacción, la carencia afectiva y el llanto prolongado. Cuando estas situaciones se vuelven crónicas debido a la ausencia o al comportamiento evitativo de la figura de apego del bebe, pueden afectar la concentración de determinadas sustancias cerebrales y dar lugar a diversos trastornos psiquiátricos.

Estos vínculos emocionales tempranos sientan las bases para futuras relaciones, la regulación emocional y el desarrollo de la autoestima. La habilidad del cuidador para responder de manera sensible a las necesidades del niñ@ promueve un apego seguro, estableciendo así una base sólida para la salud mental.

Las experiencias tempranas como la interacción social, el juego y la exploración influyen significativamente en la estructura cerebral y contribuyen al desarrollo de habilidades cognitivas y sociales fundamentales. Por ejemplo, durante el juego se establecen numerosas conexiones neuronales que, con la repetición de experiencias, se fortalecen. Este proceso mejora la capacidad del cerebro para almacenar y recuperar información, esencial para el proceso de aprendizaje y la memoria.

El adecuado desarrollo de las habilidades que el bebé aprende durante esta etapa está completamente determinado por la existencia de un entorno seguro y estimulante. Esto implica crear un espacio libre de peligros, pero lleno de oportunidades para explorar, jugar y aprender. Proporcionar juguetes y actividades adecuadas para su edad que estimulen su curiosidad y creatividad, así como permitirles explorar bajo supervisión, brindándoles la libertad de aprender a su propio ritmo y a la vez protegidos y seguros para descubrir el mundo que los rodea.

Todo niñ@ merece la oportunidad de crecer con salud y desarrollar plenamente sus capacidades intelectuales. Este suele ser el anhelo principal de los padres.

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